Cuando le conocí me dió miedo. Me desconcertaba.
Tocaba todos y cada uno de los semáforos que encontraba y luego escupía, pero su conversación era amena.
Era un tipo inteligente pero le gustaba tocar semáforos y escupir, a otros les da por robar o matar.
El no hacía daño a nadie sólo hacía su rutina.
Tenía un anecdotario tremendo y sabía hacer agradable cualquier explicación, por ardua que fuese. Pero tocaba semáforos y escupía después.
Su mujer se había marchado de casa con su hija pequeña. No se si esto fué antes o después de lo de los semáforos. Sus ojos estaban como cubiertos por un velo blanco, algo parecido a las cataratas, tristeza decían. Sonreía pero nunca le escuche reir abiertamente.
Decían que tenía dinero ahorrado y que vivía de las rentas. La verdad es que no trabajaba, unicamente se dedicaba a pasear y a tocar semáforos.
Me recordaba a Martini, de la película "Alguien voló sobre el nido del cuco". Llevaba siempre sus "Converse All Star" con los lazos de los cordones demasiado largos, tanto que los pisaba en ocasiones. Parecía siempre recién salido de la ducha. Vestía con una elegancia innata, dentro del desastre. Los parches o cosidos de su pantalón tenían cierto
estilo.
Y hablaba como él, a veces susurrando, despacio y en un tono bajo como si estuviera en otra cosa.
En ocasiones hablabamos de música o de poesía mientras caminábamos por el barrio. Cuando charlaba conmigo nunca me miraba a la cara, sólo tocaba semaforos y escupía y a la vez repetía poemas o letras de canciones.
A mi hermano le regaló una especie de canica del tamaño de una pelota de ping pong.-"Te dirá por dónde ir"- le dijo. Y algo le debió decir porque se marchó a vivir a Mejico. Ahora trabaja en una agencia de publicidad del DF. Hace años que no nos vemos.
En una ocasión me armé de valor y le pregunté por qué tocaba los semáforos y luego escupía. Me miró y cogiendo mi mano la acercó para que lo probara, pero no lo hice, me resistí con fuerza como si fuera a quedarme atrapado en su misma rutina maniática.
No se metía con nadie. Y no se dirigía a nadie si no le hablaban primero. Sonreía a los niños y acariciaba a los perros callejeros, que en ocasiones le seguian olisqueando sus salivazos.
En una ocasión salvó a una niña de un atropello, pero nadie se lo agradeció.
Hace tiempo que no le veo.
El no hacía daño a nadie sólo hacía su rutina.
Tenía un anecdotario tremendo y sabía hacer agradable cualquier explicación, por ardua que fuese. Pero tocaba semáforos y escupía después.
Su mujer se había marchado de casa con su hija pequeña. No se si esto fué antes o después de lo de los semáforos. Sus ojos estaban como cubiertos por un velo blanco, algo parecido a las cataratas, tristeza decían. Sonreía pero nunca le escuche reir abiertamente.
Decían que tenía dinero ahorrado y que vivía de las rentas. La verdad es que no trabajaba, unicamente se dedicaba a pasear y a tocar semáforos.
Me recordaba a Martini, de la película "Alguien voló sobre el nido del cuco". Llevaba siempre sus "Converse All Star" con los lazos de los cordones demasiado largos, tanto que los pisaba en ocasiones. Parecía siempre recién salido de la ducha. Vestía con una elegancia innata, dentro del desastre. Los parches o cosidos de su pantalón tenían cierto
estilo.
Y hablaba como él, a veces susurrando, despacio y en un tono bajo como si estuviera en otra cosa.
En ocasiones hablabamos de música o de poesía mientras caminábamos por el barrio. Cuando charlaba conmigo nunca me miraba a la cara, sólo tocaba semaforos y escupía y a la vez repetía poemas o letras de canciones.
A mi hermano le regaló una especie de canica del tamaño de una pelota de ping pong.-"Te dirá por dónde ir"- le dijo. Y algo le debió decir porque se marchó a vivir a Mejico. Ahora trabaja en una agencia de publicidad del DF. Hace años que no nos vemos.
En una ocasión me armé de valor y le pregunté por qué tocaba los semáforos y luego escupía. Me miró y cogiendo mi mano la acercó para que lo probara, pero no lo hice, me resistí con fuerza como si fuera a quedarme atrapado en su misma rutina maniática.
No se metía con nadie. Y no se dirigía a nadie si no le hablaban primero. Sonreía a los niños y acariciaba a los perros callejeros, que en ocasiones le seguian olisqueando sus salivazos.
En una ocasión salvó a una niña de un atropello, pero nadie se lo agradeció.
Hace tiempo que no le veo.
1 comentario:
Siempre me gustó Martini. Era entrañable.
Y lo puedo imaginar tocando semáforos.
Me gusta la idea.
Pero a mí también me da miedo.
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