Fue el último día de vacaciones de mil novecientos noventa y siete. Un verano largo e inusualmentee caluroso. Habían alquilado un pequeño chalet en la Isla, en un bosquecito lindante con la parte sur de la playa de levante. Un sitio especialmente agradable y aislado. Desde la casa salía un camino que discurría entre pinos desembocaba en un pequeño farallón de roca y finalmente la playa.
El chalet tenía tres habitaciones dobles. A Jota, como soltero empedernido y sin pareja estable, le tocaba, como casi siempre, dormir en camas supletorias colocadas en cualquier rincón del salón de turno. Esto hacía que la luz de las primeras horas le despertara siempre el primero de la troupe.
Ese día salió de la casa, atravesó el bosque y bajó a la playa. Un baño en aguas cristalinas y despues a desayunar. Una rutina que había practicado todos los días desde que se instalaron allí. El mar le anestesiaba. Se tumbó desnudo, en la orilla, dejando que el rompiente de las olas le refrescase y jugueteó con la arena. En seguida se dió cuenta. El anillo no estaba. Sintió como una patada en la boca del estómago y miró una y otra vez el dedo índice de su mano derecha. Allí al lado de una rollingstoniana calavera, faltaba el otro anillo. Ese que giraba, el que tenía dos aros unidos, su preferido. Sus amigos le decían que lo iba a perder, que no se lo colocase así, en la primera falange, casí en la punta del dedo. Pero le gustaba esa manera de llevarlo. Las mas agoreras profecías se habían cumplido. Lo habia perdido. Tremenda putada. A lo mejor estaba en la cama. Pero no. Lo llevaba puesto seguro. Si se hubiera esforzado un poco hubiera podido llorar de rabia, pero no lo hizo. En un mercadillo vió otro parecido pero le parecía una especie de traición a la memoria y no lo compró. El caso es que regresó a Madrid sin él.
Pasaron dos años y de nuevo estaba en la Isla. Esta vez en la otra parte, la que daba al este. Otro agosto caluroso y de nuevo el último día de vacaciones. Una urbanización tranquila y familiar al borde del mar. Ese día estaba jugando con la hija de dos años de unos amigos. Hacían bolas de arena que ella tiraba a las olas. Jota hizo una especialmente grande y cuando trataba de levantarla se abrió en dos partes. Con su graciosa forma de hablar ella le indicaba algo. Justo en el centro de la bola de arena rota, y como si de un kinder sorpresa se tratara, lo vieron los dos. El anillo. El que perdió dos años antes, el que giraba sobre sí mismo, su preferido.
Años mas tarde una jovencita de 22 años se casaba por lo civil en un juzgado de Madrid. Jota no pudo ir a algo que por nada del mundo se hubiera perdido . El caso es que esa jovencita lucía en su dedo pulgar un anillo que giraba, un anillo que había encontrado dentro de una bola de arena cuando tenía dos años cuando jugaba en la playa con el tío Jota, del que ya no se acordaba, salvo por las cosas que contaban de él. Su anillo favorito.
miércoles, octubre 25, 2006
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