martes, noviembre 07, 2006
The needle and the damage done
Me miró entornando los ojos. Oblícuos. Con esa mirada achinada que tienen los pistoleros antes de disparar. Ojos rasgados, hipnóticos. Y esos labios, teñidos de otoño. Envenenados como sus movimientos. Me partió el corazón en dos, con un solo giro de su cadera. Naufragaba embobado entre sus muslos. Parapetado tras un vaso rojo. Transpirándo deseo por todos los poros. En mi pecho, los restos del naufragio intentaban latir sincrónicos. Alcalóides sacudidas y sabor a tierra en mi boca. Sonreía, o no. A veces desaparecía de mi ángulo de visión pero sabía que estaba allí. Lo podía intuir. Intuía incluso el olor tan especial que desprendía. Amor y azufre. Alrededor rostros sin rasgos, como acuarelas en un lavabo. Su presencia era tan densa que podía incluso respirarla. Entraba en mi nariz hasta los pulmones. Y otra vez. Con la naturalidad de quien se sabe dueño del otro. Se iba apropiando incluso de mis recuerdos, de mis dudas y de mis sueños. Yo estaba allí, parado al borde de un tobogán de aceite. Y me dejé caer. Resbalando hacia el centro mismo de ninguna parte. Sin reparar en nada ni en nadie. Quemaba mis naves para no poder escapar. Quería empezar de cero en esta delirante obsesión. Desnudo de ataduras y sin bagaje. Me sentía con la ebriedad de la presa antes de ser devorada. Y me encantaba. Los siguientes días fueron un calco. Ella y yo. Mandándonos mensajes sin palabras. Sin contacto. Sin aproximaciones. Rodeados de los sin rostro. Ritualizando gestos y movimientos. Navegaba en el huracán de su pelo. En los pliegues de su ropa, enredándome entre sus tobillos. Jugaba a su juego con la inconsciencia del cobarde-valiente.Más vasos rojos y mas copas rotas, como en el tango. Las primeras palabras fueron dulces. Sangre y miel. Palabras terrenales. Me mostraba entonces su lado humano, vulnerable, femenino. Y yo me vaciaba en cada respuesta. Ella sonreía. Con su boca de otoño, mas letal que sus ojos achinados. Labios ocres que me engullían en cada mueca. Yo mataba por ella. Primero un recuerdo, luego un sentimiento. Acuchillaba mentalmente a todas las mujeres que había conocido antes y tambien a las que pudiera conocer. Pasaba los días esperando el momento de volver a su reino. Y respiraba tranquilo cuando veía aparecer su cortejo entre la gente sin rostro. Podía sentir su aguijón en mi pecho. Sangre y miel. Aguijón que me ardía en su presencia. Fuimos poco a poco acercándonos. Mas acuchillamientos. Yo iba mezclando lo efímero con lo eterno. Confundiendo ayer, mañana, hoy, ayer otra vez. La primera noche juntos fue extraña-mágica. Anudados como una madeja de sentimientos-sensaciones, nos bebimos el uno al otro. Pero nada mas. Recelosos del terreno que pisábamos. Descubriendo mutuamente lo bien que encajaban nuestros cuerpos. Nos pareció demasiado facil-vulgar ir mas allá. Esa noche ella no tenía los ojos achinados y sus labios de otoño no eran letales. Yo nadaba entre sus caderas sin miedo, relajado. Y respiraba en sus muslos con la tranquilidad de un niño. No había tormenta, sino calma y lentitud. Miel. Hubiera vendido mi alma al diablo por seguir así eternamente. Tal vez la vendí. Primeras llamadas. Eternas, suaves. Nos sentiamos a traves del teléfono. Primeros encuentros. Intensos, perfectos. Ibamos poco a poco arañando las entrañas del otro. Nos conocíamos lentamente, cin obligaciones, sin espectativas, con la generosidad de agotar la relación en cada caricia o en cada beso. Miel. Coincidencias y anhelos comunes invocados por la hipnosis de los dos. Poco a poco aumentaban las llamadas, los encuentros. No existía nadie mas alrededor nuestro. Solamente los rostros acuarela, tan difuminados que no molestaban. Mas encuentros. Viajes comunes. Experiencias juntos. Vivíamos embobados, con la estupidez irracional de los encadenádos sin eslabones físicos. Amar, querer, necesitar. Expresiones que ya se utilizaban con toda naturalidad. Con el tiempo fui advirtiendo un cambio en nuestro entorno, inapreciable al principio, pero amenazador a medida que se iba manifestando. Sangre. Los rostros de acuarela antes difuminados, borrosos, iban adquiriendo nitidez. Primeras discusiones. Amortiguadas por el increible dulzor del reencuentro. Alejamiento, acercamiento y alejamiento otra vez. Cada vez mas rostros visibles. Ya por entonces nuestros lazos de unión se habían hecho físicos, pesados, agobiantes. Mas rostros. Rostros que ahora se atrevían a opinar, entrando y saliendo de nuestro mundo. Palabras envenenadas, intrigas. Sangre. Las llamadas se iban haciendo forzadas. Los encuentros forzados.
Primeros arrepentimientos. Rutina. Ansiedad. Alejamiento. Ansiedad otra vez. Profundas simas. La última vez que nos vimos, ella volvía a tener los ojos oblícuos, achinados. Sus caderas volvían a ser venenosas y sus labios de otoño ¿sonreían o no? Mi rostro era de acuarela, húmedo, desdibujado, inapreciable. Y los demás rostros, tan nítidos para mi eran borrosos para esos ojos achinados, de pistolero antes de disparar. Yo observaba como se movía con elegancia al frente de su numeroso cortejo del que yo ya formaba parte. Con mi cara de acuarela. Mas vasos rojos, mas copas rotas, como en el tango.
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